presentado en formato rústica con solapas, 296 páginas. |
Extraído del “Prólogo”
Verano de 1934. Hace demasiado calor. Jerry Siegel da vueltas en la cama sin poder dormir. Se queda quieto, mira al techo e imagina historias sin parar. De repente y sin previo aviso, todas las ideas de los últimos años vienen a él. Se pone en pie de un salto, acude a su escritorio, coge papel y lápiz y empieza a escribir. No puede parar. Se pasa toda la noche escribiendo material que equivaldría a semanas de publicación en tiras de prensa. Apenas se da cuenta y ya ha amanecido.
La casa de Siegel donde no podía dormir aquella noche de verano |
Acude raudo y veloz a casa de su amigo, espera impaciente a que le abra la puerta y acto seguido le muestra los guiones. A Shuster le gusta lo que ve. Prepara varios sandwiches y van a su habitación. Se encierran todo el día. “ese fue uno de los días más importantes de nuestras vidas”, recuerda el dibujante. “Nos sentamos y comenzamos a trabajar sin descanso, el entusiasmo de Jerry me había cautivado y comencé a dibujar tan rápido como podía. Mi imaginación conectó perfectamente con el concepto que Jerry tenía en mente. Además, sus guiones parecían guiones de cine. La técnica que utilizaba era la de visualizar la historia como en un plató de alguna película, algo que me ayudaba mucho a la hora de dibujar”. La historia que crean ese día soleado de 1934 es la de un planeta condenado llamado Krypton que envía a su único superviviente a la Tierra. Allí, gracias a que la gravedad en el planeta azul es inferior a la de su planeta natal, el Último Hijo de Krypton desarrolla la capacidad de saltar grandes edificios de un solo impulso. También tiene otros poderes, como el superoído y una fuerza descomunal. Superman tal y como lo conocerá el mundo entero acaba de nacer.
Siegel y Shuster |
“Cuando era estudiante, de mayor quería ser periodista”, recuerda Siegel. “Tuve algún que otro contacto con chicas muy atractivas que, o no sabían que yo existía o bien no les importaba. Algunas hasta parecía que deseaban que no existiera. Entonces se me ocurrió lo siguiente: ¿Qué pasaría si fuera realmente espectacular? ¿Qué pasaría si tuviera algo especial, como saltar por encima de varios edificios o lanzar coches a gran distancia? Tal vez así se darían cuenta de mi existencia. Aquella noche, con todas las ideas que me asaltaban, se me ocurrió que Superman podría tener una doble identidad y que en una de ellas sería gentil, amanerado, tímido, con gafas... sería yo”. Por pura coincidencia, Shuster es muy parecido a Siegel en cuanto a un aspecto físico pobre, pese a que va a un gimnasio desde hace tiempo para eliminar esa debilidad. “Como Joe también era así”, prosigue el guionista, “sus dibujos no estaban traduciendo mis guiones. No los estaba dibujando, los estaba sintiendo”. A la hora de hacer realidad el juego de la identidad secreta, ambos autores se inspiran en La marca del Zorro de Douglas Fairbanks, gran influencia en este aspecto (Resulta curioso que esta película también sirviera de inspiración a Bob Kane y Bill Finger cuando, pocos años después, crearan a Batman, personaje que a su vez tiene su inspiración en Superman.). Siguiendo este patrón, ambos crean primero a Clark Kent, la parte más fácil pues solo tienen que basarse en ellos mismos (El nombre de ‘Clark Kent’ está basado en el de los actores Clark Gable y Kent Taylor.). Clark aparece como un hombre adulto muy introvertido, vestido con traje y sombrero, gafas y cara de no saber muy bien dónde está. El siguiente paso es vestir al héroe. Lo primero es ponerle una capa, botas y un escudo en el pecho. La capa se vuelve una necesidad imperiosa porque ayudará al dibujante a denotar movimiento, sobre todo por el alto nivel de acción que tendrá la serie en caso de hacerse realidad. Los colores les llevan algo más de tiempo. Shuster acaba decantándose por el rojo y el azul, con un poco de amarillo en el cinturón y en el emblema porque son colores que llaman mucho la atención y eso es precisamente lo que buscan. Ambos miran el dibujo que hay en la mesa de Shuster y creen que les falta algo. Tras mucho pensar, uno de ellos dice: “¡Pongámosle algo en el emblema!”. Dado que el personaje se llama Superman, una ‘S’ parece lo apropiado. Shuster la dibuja y ambos contemplan su obra con admiración. La ‘S’ les encanta y, en medio del silencio que reina en la habitación, comentan: “Bueno, también es la primera letra de Siegel y Shuster”.
El torrente de ideas no se detiene ahí. Ahora falta el personaje femenino que, para ambos, es de vital importancia. “La heroína, a quien imaginé como otra periodista, trabajaría con Clark pero él le resultaría poco menos que insignificante”, explica Siegel. “Por el contrario, se volvería loca cada vez que viera a Superman. Estaría completamente enamorada de él y, como broma personal, eso significaría que también estaría enamorada de la persona que tanto despreciaba en su día a día”. Es una manera de exorcizar los fantasmas que le invaden por culpa del rechazo continuo al que se ve expuesto por parte de las chicas que le rodean, en especial de Lois Amster, una compañera de instituto. “Solía quedárseme mirando”, confiesa la chica. “Era un tipo raro y nunca entablé ninguna conversación con él”. Siegel mantiene ese recuerdo vivo en su interior, aunque nunca lo menciona: “Cuanto menos se hable del tema, mejor”. Superman puede ser el personaje con el que sueñan millones de personas, pero comenzó como el sueño de Jerry Siegel y eso se nota en todos y cada uno de los elementos que lo definen.
“Quería que esta historia fuera más parecida a la vida real”, explica Shuster. “Así que por eso comenzamos a buscar modelos para el personaje femenino”. Bautizan a este personaje como Lois Lane, por lo que aunque Siegel no quiera hablar de ello, la influencia de Lois Amster es más que evidente. Comienza la búsqueda de su Lois Lane particular. Joanne Carter, una joven de Cleveland, lee un artículo sobre pases de moda y la idea le fascina. Comienza a posar delante de su espejo y cree que tiene madera para triunfar. De esa manera conseguiría algo de dinero, pues la situación económica en casa es bastante difícil por culpa de la
Gran Depresión que asola el país. Convencida, se anuncia en el Cleveland Plain Dealer. Al poco tiempo, recibe una carta de un tal ‘Sr. Joe Shuster’. Se comunican por correo y conciertan una cita en el apartamento del dibujante para el sábado siguiente porque Joanne acude al instituto entre semana. “Estaba muy nerviosa por si me decía que era demasiado joven”, confiesa Carter.El sábado llega por fin. Joanne cruza todo Cleveland hasta llegar a casa del ‘Sr. Shuster’, congelada por el frío invernal que azota EE. UU.. Cuando alcanza la puerta, se frota las manos para calentarse un poco y llama. Un par de segundos después, un joven le abre la puerta. Joanne dice:
-Hola. Soy la modelo que está esperando el Sr. Shuster.
-Pase, pase.
-¿Le importa que no me quite la chaqueta? Es que estoy muerta de frío.
El joven le prepara una bebida caliente y se sientan en el sofá. La conversación sobre el
tiempo da lugar a otra sobre películas y muchas cosas más. Al final, Joanne se acuerda de por qué
está ahí y pregunta:
-¿Sabe el Sr. Shuster que ya estoy aquí?
-Yo soy el Sr. Shuster
La sorpresa en el rostro de la joven no se hace esperar. Desde luego, no era eso lo que se imaginaba. Cuando terminan de beber, van a la habitación de Shuster y comienza la sesión. La hora programada termina, el dibujante le paga a la modelo $1.50 y acuerdan que a partir de entonces ella irá a posar todos los sábados. Salen del cuarto y en el comedor ven a Jerry Siegel, que lleva esperando impaciente el momento en el que conocería a su ‘Lois Lane’. “Me quedé maravillada ante la energía que tenía Jerry”, confiesa Carter. Y no es de extrañar. Siegel no puede esconder su entusiasmo, correteando por todo el lugar, emocionado por poder contarle a alguien más la idea de Superman. Se sube a una silla y salta hacia el sofá mientras dice: “¡Así es como volará!”. Luego va hacia Joe, lo coge por el torso y le dice a Joanne: “¡Y así será como cogerá a los malos, para luego estamparlos contra un muro!”. La modelo está impresionada: “Su entusiasmo me contagió y salí de allí convencida de que Superman era un personaje fantástico. Pensé que era algo diferente a lo visto hasta entonces, la idea de Jerry era genial y los dibujos de Joe hacían que cobrara vida. Estaba emocionada por tener un pequeño papel en todo aquello. Además, todos teníamos lazos en común. Yo siempre había querido ser periodista, así que la idea de posar para ese rol me gustaba. Aunque fuimos a institutos distintos, dado que yo vivía en la otra punta de Cleveland, todos habíamos trabajado en los periódicos de nuestras respectivas escuelas. Eso creó un lazo muy especial y desde entonces siempre hemos estado juntos, a pesar de los muchos viajes que tuve que hacer por los pases de modelo que conseguía, siempre estuve en contacto con Joe”. Aunque Lois Lane ya estuviera perfectamente detallada en la mente de Siegel, la presencia de Joanne les aporta más inspiración, como el propio Shuster reconoce: “Para mí, ella fue Lois Lane desde el primer día”.
Joanne, modelo para Lois |
Ahora comienza lo realmente difícil: vender el personaje. Siegel y Shuster prueban con todas y cada una de las agencias del país. Y todas lo rechazan. Una de ellas, Esquire Features, incluso añade lo siguiente en la carta de respuesta: “Prestad un poco de atención a los dibujos del mercado. Lo vuestro parece muy tosco y hecho con prisas”. Super Magazines, Inc. responde con interés, pero no les lleva a ningún sitio, mientras otras editoriales les devuelven el paquete con la copia de la tira de prensa sin abrir. A pesar de todo, no van a rendirse. Llevan más de un año luchando por esta idea y, de una forma u otra, verá la luz.
Extraído del Capítulo 4: La historia del siglo (1986-1999)
Joe Shuster, retirado en su hogar de California, una casita cercana a la del propio Siegel, ha pasado sus últimos años recolectando todo tipo de material. Convertido en comprador compulsivo tras años de represión, la pensión anual de 80.000 dólares al año que le paga Warner le sirve bien. Sin embargo, su hermana Jean solo encuentra deudas que ascienden a 20.000 dólares, así como registros de cuentas bancarias con poco dinero ahorrado y cheques extendidos a Joanne Siegel por valor de 1.200 dólares al mes en concepto de comisión por agente. A su hermana no le satisface nada enterarse de que la esposa de su mejor amigo le cobra por haber conseguido que Warner le pague lo que se merece, pero sabe que ahora de poco sirve quejarse contra una mujer que su hermano siempre había tenido en alta estima. Lo que sí intenta Jean es hablar con Warner para ver si le pueden ayudar económicamente por ser la única heredera de Shuster. La empresa accede, pagándole para el resto de su vida 25.000 dólares al año. Jerry y Joanne Siegel visitaban a Joe a menudo, pero su salud se fue resintiendo hasta que su corazón dijo basta, al mismo tiempo que el de Superman se paraba también. El auge o caída del personaje, siempre enlazado con el devenir de sus creadores, mantiene su unión una vez más. De los amigos que recorrían las calles de Cleveland a mediados de los años 30, solo queda Siegel, apoyado por su mujer e hija. Y como tantos miles de personas, Siegel es un espectador más en la historia del siglo. O mejor dicho, la segunda historia del siglo: después del relanzamiento de 1986, llega el momento de conocer la muerte del personaje. Septiembre de 1992. El periódico Newsday ofrece en primicia la noticia sobre el evento, informando que a finales de año Superman morirá. El resto de medios no tardan en hacerse eco, incluidas las noticias de la cadena CNN, con la habitual desinformación de la que hacen gala cuando hablan de cómics. Las primeras voces en contra empiezan a oírse, criticando el evento como un sacacuartos. En DC se miran atónitos ante semejantes criticas: claro que quieren vender cómics, es su trabajo. Lo que no esperan es que la propia Warner coja el teléfono. Sin darse cuenta, Jenette Kahn está hablando con Bob Daly, consejero delegado del estudio que acaba de ver la noticia: “¿Pero cómo se os ocurre matarlo sin consultarnos primero?”. Como el propio Carlin comenta internamente: “Por supuesto que lo vamos a traer de vuelta, ¡no somos estúpidos! ¡No queremos quedarnos sin trabajo!”. Esto, que parece obvio a ojos de cualquiera que lleve cierto tiempo en el mundo del cómic, parece no ser tan evidente para el público general. Gracias a la campaña de comunicación, no queda nadie sobre la faz de la Tierra que no sepa qué le va a suceder a Superman a finales de año. Y todo el mundo tendrá su opinión al respecto.18 de noviembre de 1992. Colas y colas de personas esperando a que abran las librerías se agolpan en las calles. Saben qué día es y no se lo piensan perder: hoy muere Superman. Los libreros, que habían aumentado sus pedidos habituales, ven como las estanterías se vacían a un ritmo desenfrenado. Los clientes abren el cómic mientras hacen cola, asegurando a los libreros que no se preocupen, lo van a pagar pero necesitan ver qué pasa ahora mismo. Algunas librerías agotan sus pedidos de 10.000 ejemplares ese mismo día. En todo Estados Unidos se venden tres millones de copias de salida, si sumamos reimpresiones alcanzan los seis millones de ejemplares. Algunos libreros llaman a DC pidiendo la segunda reimpresión, pero la editorial comunica que ya está agotada y van por la tercera. Como el propio Paul Levitz, segundo al mando de Kahn, asegura: “No supimos medir la demanda correctamente. Nos superó”. Por primera vez, muchas librerías de cómic reciben como compradores a empresarios, amas de casa, mecánicos, gente mayor, profesores... esto ha ido más allá del núcleo habitual de compradores. La campaña de promoción, junto a un evento editorial de tal importancia, ha funcionado como un reloj.
Mientras, en DC están desbordados. Carlin realiza 50 entrevistas ese día, y todas sin haberse puesto a hacer su trabajo aún. Cuando le preguntan si el personaje volverá, el editor siempre responde: “No sabemos cómo afecta la muerte a un kryptoniano”. Quiere dejar la puerta abierta porque sabe que lo van a traer de vuelta pero el mundo sigue creyendo que no será así. En la editorial no salen de su asombro porque no es la primera vez que se usa el recurso de matar a un héroe, ni siquiera es la primera vez que se ha jugado con la idea de matar al Hombre de Acero (La primera vez fue a manos del propio Jerry Siegel en el Superman 149, noviembre de 1961, ver capítulo dos.) pero esta vez ha sucedido lo impensable: todo el mundo se lo ha creído. El equipo de Carlin jugó desde el principio con la idea de presentar la muerte, el funeral y el regreso pero la historia ha calado de tal manera que la gente cree que no va a volver. El público siente cada golpe de Juicio Final y hace cada embestida de Superman suya. Sienten la impotencia de Jimmy mientras fotografía cada momento, y lloran como Lois cuando ven caer a su prometido mientras los cristales del Daily Planet explotan tras el último puñetazo. Cuando Juicio Final y Superman caen al mismo tiempo, los ojos de medio mundo están puestos en el Hombre de Acero... sólo para confirmar lo temido: este es el día en el que un superhombre muere. Con la capa del héroe rota y ondeando al fondo, la viñeta final (en un desplegable triple) refleja la desolación de Lois mientras deja caer el cuerpo sin vida del primer superhéroe de la historia.
A partir del mes siguiente, DC inicia la saga “Funeral por un amigo” en la que se notan las consecuencias. Desde 1986, el reparto de secundarios que habita Metrópolis ha estado tan bien construido que son capaces de soportar la carga argumental sin el protagonista. Es así como los que llevan adelante la trama son Perry White, Bibbo, Hamilton, Lois o, sobre todo, Jonathan y Martha Kent con su impotencia al no poder ir al funeral de su hijo. Jurgens, Stern, Ordway y Simonson, amparados por Carlin, dan el do de pecho en sus guiones más emotivos. Cuando todo el Universo DC pasea por las calles de Metrópolis acompañando el féretro hasta la estatua homenaje al héroe y cierran la sala en la que descansará el ataúd, se hace oficial: Superman ha muerto. Y entonces ocurre lo impensable. DC Comics detiene la publicación de todas las colecciones del personaje.Durante tres meses, DC no imprime ningún cómic de Superman, las librerías no reciben novedades del personaje, los lectores no compran ningún ejemplar. Una vez muerto el protagonista y terminado el funeral, no queda nada más que contar... ¿verdad? Todo sigue formando parte de la estrategia de la editorial. Como el sistema de distribución americano obliga a informar con tres meses de antelación de las novedades que saldrán a la venta, no haber detenido la publicación habría revelado por adelantado el regreso del héroe, minimizando el impacto de su muerte. DC prefiere sacrificar tres meses de edición a que eso les pase factura. Por ello, la decisión es categórica: los cómics con fecha de portada de febrero de 1993 son los últimos y no volverán a aparecer hasta junio de ese año. Ese es el tiempo de que dispone el equipo de Carlin para idear cómo traer de vuelta a un personaje que, ahora sí, está en el punto de mira de todo el mundo.
Ha de ser mejor que la muerte. Esa es la única directriz en mente del equipo de Carlin. Llevan dos días de “Super-Reunión” y no consiguen llegar a un acuerdo que les parezca satisfactorio a todos. Ahora no presentan argumentos motivados por el cabreo de retrasar la boda, ahora sienten la responsabilidad sobre sus hombros. Han vendido seis millones de ejemplares y eso pesa. Tienen claro que ha de ser diferente, algo que mantenga la atención pero... ¿cómo hacerlo? Cada equipo creativo presenta una opción tras otra, pero cuesta encontrar consenso. Jerry Ordway es el único que no aporta su versión de cómo traer de vuelta a Superman. Su motivo, muy claro: deja de encargarse de Adventures a partir del número 500. Lleva involucrado desde el relanzamiento de 1986 y cree que ya es el momento de aparcar al Hombre de Acero de su vida. Sin embargo, quiere que ese número, el que en un principio iba a contener la boda, sea la antesala para el regreso. Durante el funeral, Jonathan Kent sufre un ataque al corazón que le deja en coma y Ordway tiene claro que quiere seguir esa historia. Su número de despedida será un viaje al más allá en el que Jonathan se encontrará con su hijo e intentará que regrese a la vida. Un número muy metafísico pero perfectamente integrado en la mitología del personaje que sirve para que al final Jonathan se recupere del coma al tiempo que dice: “Clark ha vuelto”. Ante semejante afirmación, Lois se queda extrañada... ¿es posible? Eso es lo que el equipo de Carlin intenta averiguar.
Dan Jurgens, Roger Stern, Louise Simonson y Karl Kesel, sustituto de Ordway, presentan versiones muy diferentes entre sí para el regreso de Superman y Carlin no se decide. Las cuatro opciones son buenas para trabajarlas pero al mismo tiempo son demasiado radicales. Cuando el tercer día de reunión hace mella en el cansancio acumulado, Louise exclama: “¡Hagamos las cuatro!”. No es mala idea. Tienen cuatro colecciones mensuales y, a su vez, cuatro equipos creativos, cada uno con su particular idea. Aplicar la sugerencia de Louise les permitirá desvincularse un poco entre sí, algo que desde “La muerte” han llevado al extremo, para desarrollar sus propias versiones antes de unirse de nuevo en la resolución, con el regreso del auténtico Superman que, por supuesto, no será ninguno de estos cuatro. La presentación de los pretendientes se llevará a cabo en las páginas finales del mismo Adventures 500, con cuatro páginas realizadas por cada equipo presentando su versión. Es así como se introduce al Último Hijo de Krypton, desprovisto de toda atadura con sus raíces humanas por Roger Stern y Jackson Guice en las páginas de Action; al chico que odia que le llamen Superboy y que no es sino un clon del original, del que se encargan Karl Kesel y Tom Grummett en Adventures; a Acero, un constructor de armas llamado John Henry Irons que quiere marcar la diferencia porque asegura que el espíritu de Superman reside en su interior, a cargo de Louise Simonson y Jon Bogdanove en Man of Steel, y a un Superman Cyborg con partes artificiales provenientes de tecnología kryptoniana, del que se ocupa Dan Jurgens en Superman. Cada uno más distinto que el anterior y, a su vez, totalmente opuestos al Superman original. Sin embargo, todos guardan en su interior un rasgo característico del Hombre de Acero que planta la duda tanto en los personajes secundarios como, así esperan los autores, en los lectores.
El 15 de abril de 1993 sale a la venta el Adventures 500 y diez días después, el 26 de abril, los primeros números presentando a cada uno de los pretendientes hacen lo propio de forma simultánea (Adventures 501, Action 687, Superman 78 y Man of Steel 22.) para, a partir de mayo, volver a la programación habitual de un número por semana. Bajo la premisa “El Hombre de Acero ha vuelto pero, ¿alguno de ellos es el auténtico?” empieza el capítulo final de esta inmensa saga titulado “El reinado de los superhombres”, en claro homenaje a la primera historia que Siegel y Shuster realizaron sobre un superhombre cuando el concepto era un científico malvado. La conclusión no llegará hasta los cómics con fecha de octubre de ese mismo año, por lo que durante estos meses tienen tiempo para desarrollar a cada pretendiente y jugar con los lectores sobre cuál es su favorito. La jugada sale excepcionalmente bien cuando llegan las ventas a las oficinas: cada semana, las colecciones de Superman venden un millón de ejemplares. Cada una de las colecciones se alza con esa cifra, lo que lleva a Kahn a afirmar: “Ese año fue el más exitoso de nuestra historia reciente en DC... y seguramente en la del mundo del cómic”.
“El reinado de los superhombres” sigue su curso durante todos estos meses pero en verano de ese año, el equipo creativo supervisado por Carlin se puede tomar un breve descanso. DC ha organizado una visita a los estudios Warner en Burbank para que conozcan al equipo que está realizando Lois y Clark: Las nuevas aventuras de Superman, con su estreno previsto para septiembre, y para que aparezcan como extras en el tercer episodio. Pero lo mejor aún está por llegar. Jenette Kahn sorprende a todos al preguntarles si saben quién vive cerca de donde se encuentran en ese momento, allí mismo en California. Todos saben la respuesta pero les da miedo decirla en voz alta... Carlin, Jurgens, Simonson, Stern, Kesel y el resto de dibujantes y entintadores no se lo pueden creer pero Kahn les confirma que así es. Van a conocer a Jerry Siegel.
Fragmento para Club Batman. Imágenes no incluidas en el libro.
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